La historia de la música grabada es inseparable de sus soportes. Cada generación ha visto surgir nuevas formas de escuchar a sus artistas favoritos, transformando poco a poco nuestra relación con la música. Del casete al streaming, pasando por el CD y el MP3, la evolución ha sido rápida, pero sigue alimentándose de una cierta nostalgia. Hoy, mientras lo digital reina, algunos objetos de culto de los años 80 y 90 están viviendo una segunda vida.
En los años 70 y 80, el casete de audio marcó una verdadera revolución. Compacto, fácil de grabar y regrabar, permitió a millones de personas crear sus propias compilaciones, las famosas mixtapes. Democratizó la música personal e íntima, a diferencia del vinilo, que quedaba relegado a la escucha en casa.
Con la llegada del walkman a principios de los 80, la experiencia adquirió una nueva dimensión: la escucha se volvió móvil. Por primera vez, era posible caminar, viajar o hacer deporte con música. El casete y el walkman abrieron el camino a una relación más individual y libre con las canciones favoritas.
En los años 90, el CD suplantó al casete. Más resistente al desgaste, con mejor calidad de sonido y acceso directo a las pistas, conquistó rápidamente al gran público. Los reproductores de CD portátiles, y más tarde las cadenas de alta fidelidad, instalaron este nuevo estándar en los hogares.
Pero más allá del objeto, el CD inició una transición hacia lo digital. Detrás de su apariencia física, ya se basaba en una tecnología de lectura digital, abriendo el camino a la desmaterialización.
A finales de los 90 y principios de los 2000 nació una nueva era: la del MP3. Comprimidos y ligeros, los archivos de música podían almacenarse en grandes cantidades en ordenadores y, después, en reproductores digitales.
Fue también la época de las primeras plataformas de descarga, legales como iTunes, o ilegales a través del peer-to-peer. La música se volvió accesible al instante, pero fue perdiendo poco a poco su soporte físico. Por primera vez, las generaciones jóvenes crecían con una música completamente digital, sin un objeto que manipular.
Desde la década de 2010, el streaming ha redefinido las reglas. Con plataformas como Spotify, Deezer o Apple Music, la música está disponible en todas partes, de forma ilimitada, a cambio de una suscripción. Ya no es necesario poseer ni descargar las canciones: todo está accesible bajo demanda.
El streaming ha transformado los hábitos de consumo. Las listas de reproducción sustituyen a los álbumes, la escucha se realiza en el smartphone o en un altavoz conectado, y la música acompaña ahora cada momento de la vida cotidiana. Es un consumo fluido, pero a veces considerado impersonal, ya que elimina el apego al objeto musical.
Sin embargo, a pesar del dominio del streaming, los soportes antiguos no han desaparecido. Al contrario, los vinilos y los casetes vuelven a estar de moda, impulsados por la nostalgia y la búsqueda de autenticidad.
El casete tiene un encanto único. Su formato compacto, su grano sonoro ligeramente imperfecto y su aspecto manipulable atraen a los amantes de los objetos retro. Para algunos, evoca recuerdos de la infancia; para otros, encarna una forma de resistencia frente a la desmaterialización.
El resurgimiento del casete también se debe a la cultura pop. Series como Stranger Things o Por trece razones han vuelto a poner de relieve los walkmans y las mixtapes, convirtiéndolos en símbolos de nostalgia. Estas referencias han contribuido a reavivar el interés de las nuevas generaciones, que descubren con curiosidad un soporte a la vez vintage y entrañable.
Las reediciones de casetes por parte de algunos sellos independientes o artistas underground demuestran esta nueva popularidad. Ya no hablamos solo de nostalgia, sino también de una tendencia cultural que valora lo tangible frente a lo inmaterial.
En este contexto, productos híbridos como el BTTAPE y el BTBLASTER EPOK encuentran su lugar de forma natural. Inspirados en los icónicos walkmans y boomboxes de los años 80, conservan la capacidad de reproducir casetes, al tiempo que integran una conexión Bluetooth. Así, se puede disfrutar de las viejas mixtapes, pero también escuchar las listas de reproducción modernas desde el smartphone.
Este tipo de aparatos ilustra perfectamente el encuentro entre tradición e innovación: objetos de culto actualizados, capaces de seducir tanto a los nostálgicos como a las nuevas generaciones curiosas por descubrir la música de otra época.
La evolución de los soportes musicales es a la vez una historia de progreso y de memoria colectiva. Si bien el streaming domina hoy en día, el regreso del vinilo, del casete y de aparatos como el BTTAPE EPOK y el BTBLASTER demuestra que persiste un vínculo afectivo. La música no es solo un sonido: es una experiencia donde la innovación reinventa constantemente el pasado.